María Rodríguez no pinta: desarma. Su estudio parece una barricada de color. Lienzos rotos, telas viejas, objetos que alguien tiró y ella rescata como si fueran reliquias. Su obra mezcla rabia, ternura y memoria con una energía que no pide explicaciones.
En su última serie, Apenas un rumor, convierte la nostalgia en ruido visual. Costuras, manchas y papel quemado se vuelven lenguaje. “Pinto con lo que queda después de que todo se rompe”, dice.
María no busca decorar paredes, sino abrirlas. Vive y trabaja entre Mérida y el caos.